Autora de una cantidad de libros que ya han marcado a
más de dos generaciones de chicos y adultos, será objeto de un homenaje
el sábado próximo en el Espacio Cultural Nuestros Hijos. Se realizará
en el marco del Festival Gustavo Roldán.
“A mí
me parece que yo nací sintiendo o pensando en cuentos o en poemas”,
dice Laura Devetach, y su mirada celeste hace imaginar que tal cosa,
efectivamente, ocurrió. Ella, que ha escrito sobre La construcción del
camino lector (y escritor), sobre el Oficio de palabrera, y que, más
allá de la teoría, la ha puesto en práctica en tantos cuentos y libros
que ya ha perdido la cuenta (aunque calcula que rondan los setenta)
puede contar sobre el modo en que esa llegada a la vida se volvió modo
de vida y, también, modo de estar en la vida. Devetach es autora de una
cantidad de libros que ya han marcado a más de dos generaciones de
chicos y adultos, desde aquel primero que publicó en 1966, La torre de
cubos, prohibido por la dictadura en 1979 por cargos tales como “exceso
de imaginación”, según consta en el decreto que ordena su censura.
En todos estos años, esos libros no sólo han permanecido sino que se
siguen reeditando, como el reciente Un pez dorado (Alfaguara), y
también editando por primera vez, como El petirilío, que publicó
Comunicarte. Esta vigencia se celebró recientemente con la nominación de
Devetach al prestigioso Hans Christian Andersen, el premio más
importante del mundo en el campo de la literatura infantil y juvenil,
considerado algo así como el equivalente del Nobel. Y se celebrará, el
próximo sábado, con un festival de literatura (ver aparte) que le rinde
homenaje a la figura de esta escritora nacida en Reconquista, Santa Fe,
“adoptada” por Córdoba, durante sus estudios en Letras, y radicada en
Buenos Aires desde hace una cantidad de años. La autora ha dejado marca
con obras como Monigote en la arena, Historia de Ratita, Picaflores de
cola roja, Cuentos que no son cuento, El hombrecito verde y su pájaro,
Las 1001 del garbanzo peligroso, Los Pomporerá, Secretos en un dedal,
Una caja llena de, entre tantos libros para chicos, o el inhallable
libro de poemas “para grandes” Para que sepan de mí.
“De muy chica vivía en un mundo de cuentos porque me contaban muchos
cuentos. En general los cuentos populares que reciben todos los chicos,
europeos, y también los de la zona, el Litoral”, sigue contando
Devetach “cómo empezó todo”. “Por lo que habría dos cepas: estaba el
padre gringo que contaba también sus aventuras en Italia en la Guerra
del ’14, cuando él tenía diez años (él es esloveno nacionalizado
italiano). Me acuerdo que yo era chica y le propuse que escribiéramos
una novela sobre sus historias y las de sus hermanos en esa guerra. Y
una vez incluso escribí un cuento que él me había sugerido, sobre un
regalo para la maestra. Transcurría en una época de mucha escasez, hace
muchos años. No había azúcar y una alumnita le va juntando a la maestra
su porción de azúcar de todas las mañanas, hasta que un día le regala
toda el azúcar. A mí en ese momento no me gustaba el cuento porque yo no
tenía muy buena relación con la maestra, ¡jamás le hubiera regalado mi
azúcar!” (risas)
–¿Y cuántos años tenía cuando escribió ese primer cuento?
–Era chica, habría tenido seis años. Es que yo nunca tuve noción de
cuándo empecé a escribir, porque sabía leer y escribir antes de ir a la
escuela. Entonces tenía la escritura para la escuela, y la escritura
para mí. Siempre fue así.
–¿Y cuál sería la segunda cepa de sus influencias?
–La de la gente del pago, del Litoral. Esa gente me dio fue
muchísimo, todas las leyendas, todas sus vidas, porque así como mi papá
me contaba su vida, ellos me contaban la propia. Gente que sufría las
inundaciones, y que en momentos el único lugar que tenía para hacer un
fueguito eran los tacurú, esos enormes hormigueros que hacen las
hormigas en el Litoral, que son muy duros y no se mojan. Eso a mí me
sorprendía, y me sigue sorprendiendo. Las muchachas que trabajaban en mi
casa eran grandes fuentes de historias. Las historias de novios, los
amores, eso me interesaba mucho. Porque yo veía que eran tan distintos a
los amores de la gente que me rodeaba, donde no los dejaban estar
solos, estaba siempre la tía al lado. Esas costumbres eran distintas, y a
mí me encantaban. Y por ahí alguna vez debo haber hecho alguna pregunta
a mis mayores, y tuve más de una respuesta escandalizada, de manera que
decidí seguir preguntando en adelante s{olo a las muchachas (risas).
–Hubo cuentos que fueron prohibidos “por exceso de imaginación”. ¿Cómo se enteró de la prohibición?
–Me fueron avisando amigos. En realidad, se empezó a prohibir de
distintas maneras. El decreto salió después del golpe, pero la
prohibición ya venía de antes, de forma verbal o por memorandos
internos, antes del golpe.
–El libro era disruptivo en cuanto a las formas, ¿pero imaginaba que iba a molestar tanto?
–Para nada, yo no tenía conciencia. Sí tenía conciencia de lo
distinta que era al venir a vivir a Buenos Aires, pero pensé que eso
tenía que pasar porque venía de otro lado. Y sin embargo sí,
evidentemente de alguna forma yo misma era disruptiva, aun en los
lugares de trabajo. Después sí, me avisaron que era de Santa Fe, me
llegaron bastantes chismes respecto de quién había hecho la denuncia.
Porque los militares con esas cosas no se ponen a detallar que había
mucha imaginación, falta de objetivos trascendentes y todo eso que dice
el decreto. Empezó por Santa Fe y después fue prohibido por provincias, y
en Educación de la ciudad de La Plata. Como una enfermedad se fue
extendiendo hasta que se hizo la prohibición nacional. Y llegó hasta mi
trabajo.
–¿De qué modo?
–Yo trabajaba en Atlántida en ese momento, y un compañero mío me
avisa: mirá que pidieron un informe sobre vos. Armé toda una estrategia y
me fui a ver al jefe de los jefes, pasando por sobre mi jefe. Me
recibió y tuvimos una conversación que dentro de todo fue bastante
ridícula, donde yo le decía: “Digame, ¿usted me ve a mí con cara de
comunista comechicos?” . “No, pero eso que usted se mandó en contra de
un empresario no se dice, no se hace”, me decía él. Me retaba como si
fuera una chica. Le habían contado sobre “La planta de Bartolo”, pero lo
lindo es que admitía que no había leído el libro. Me dio unas lecciones
de moral, me dijo que no tenía que escribir esas cosas, me agarró de
Caperucita y salvé el trabajo.
–¿El jefe de los jefes de Atlántida?
–Sí, llamémosle Vigil (risas).
–Fueron años de exilio interno.
–Como para muchos. Había escritura en los cajones, o adentro de uno,
que no salía. Yo escribí muchos poemas en esa época, y los mandaba a
mis amigos cordobeses que estaban exiliados en México, como cartas. Con
eso armé el libro Para que sepan de mí.
–Lo primero que publicó fue para adultos. ¿Cómo llegó a escribir para chicos?
–Yo contaba, pero no públicamente, les contaba a mis hijos (Laura y
Gustavo Roldán, hoy destacados como escritora una, e ilustrador el otro)
y a los chicos de una guardería que por suerte había enfrente de mi
casa. ¡Los chicos estaban ahí cuatro horas que a mí me solucionaban la
vida! De ese modo, La torre de cubos la tenía casi completa en la
cabeza. Ellos fueron los primeros, no puedo decir lectores pero sí
escuchas. Gustavo (Roldán, quien fue su esposo) me impulsó mucho a
presentar esos cuentos en concursos, ¡y además me ayudaba a pasarlos a
máquina!
–¿Qué es lo que más le gusta de escribir para chicos, y para grandes?
–Nunca sé, es lo que me toca el hombro en ese momento. Y además lo
de “para chicos” es tan relativo.. A veces lo que hay que hacer es
regular las formas de comunicación con el público, nada más. Yo tengo
cosas escritas para chicos que están en libros para grandes, y al revés.
–¿Cuál sería entonces la diferencia, o no hay diferencias?
–Hay diferencias sutiles. Yo creo que la literatura es una, y que
tiene que ser buena. Y que según la capacidad de recepción del lector es
para chicos o es para grandes. No creo en la fabricación de novelas
juveniles y ese tipo de construcciones. Yo creo en darle un libro a un
chico y que le guste. O dejarlo que busque en una biblioteca, una vez
que ya está iniciado. A lo mejor me dicen que lo mío es poco académico.
Pero, según mi experiencia, es así de sencillo.